Qué ver en Transilvania en 7 días: ruta completa en coche
Descubre Transilvania en invierno con esta ruta de 7 días en coche, explorando castillos, pueblos medievales y paisajes de ensueño.
Explora Marruecos en una ruta de 5 días que te llevará por sus ciudades imperiales y el encantador pueblo azul de Chefchaouen.
Hace unos años, decidimos emprender una aventura por Marruecos, un país lleno de historia, cultura y contrastes. Nos propusimos realizar una ruta de 5 días explorando algunas de sus ciudades más emblemáticas, recorriendo tres de sus capitales imperiales y haciendo una parada en el encantador pueblo azul de Chefchaouen.
Nuestro viaje comenzó en Fez, la ciudad imperial más antigua de Marruecos y un importante centro cultural e intelectual. Desde allí, emprendimos una excursión hacia Meknes y las ruinas romanas de Volúbilis, sumergiéndonos en la historia de la dinastía alauita y la influencia romana en el país. Posteriormente, hicimos una parada en Chefchaouen, un rincón pintoresco en las montañas del Rif con un marcado legado andalusí. Finalmente, cerramos nuestro recorrido en Rabat, la actual capital de Marruecos, donde la modernidad y la tradición conviven en armonía entre kasbahs, mausoleos y amplias avenidas.
Acompañados por la curiosidad y el deseo de explorar, recorrimos estos destinos con la libertad que nos daba viajar en pareja y sin hijos. Este artículo es una guía detallada de nuestra experiencia, con recomendaciones prácticas, contexto histórico y anécdotas personales que nos marcaron. Si estás planeando un viaje a Marruecos, aquí encontrarás todo lo necesario para sumergirte en la esencia de sus capitales imperiales y en la magia de Chefchaouen.
Comenzamos nuestro primer día en Marruecos explorando Fez, una de las cuatro capitales imperiales del país y, sin duda, su joya medieval mejor conservada. Fundada en el año 789 por Idrís I, la ciudad ha sido durante siglos el centro religioso, intelectual y artesanal de Marruecos. Su laberíntica medina, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, nos transporta a otra época con sus calles adoquinadas, su vibrante mercado y sus impresionantes monumentos históricos.
Fez no solo es una ciudad de gran valor histórico, sino también un símbolo del Marruecos más auténtico. Sus zocos rebosantes de vida, sus mezquitas y sus impresionantes palacios reflejan la grandeza de una ciudad que en su día fue la capital del conocimiento en el mundo árabe.
Para aprovechar al máximo nuestro día, diseñamos una ruta lógica y cómoda, comenzando por el acceso principal a la medina y recorriendo los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Nuestra primera parada fue la Puerta Bab Bou Jeloud, la gran entrada monumental a la Medina Fez el-Bali. Esta impresionante puerta de tres arcos está decorada con azulejos en tonos azules en su cara exterior y verdes en la interior, un detalle que simboliza la transición entre el mundo exterior y la ciudad santa. Al atravesarla, nos adentramos en un laberinto de calles angostas llenas de vida, con mercados, cafés y antiguas madrasas que cuentan la historia de la ciudad.
Desde aquí, nos dirigimos a pie hacia uno de los lugares más icónicos de Fez: la Mezquita Al Karaouine.
Fundada en el año 859 por Fátima al-Fihriya, la Mezquita y Universidad de Al Karaouine es uno de los complejos religiosos más importantes del mundo islámico y, además, la universidad más antigua en funcionamiento continuo. Aunque solo los musulmanes pueden acceder a su interior, el exterior del edificio es una obra maestra de la arquitectura islámica, con puertas de madera tallada y un patio interior bellamente decorado con mosaicos y fuentes.
Nos quedamos unos minutos admirando la fachada y el trasiego de la gente en sus alrededores antes de continuar nuestra ruta.
Después nos dirigimos a la Madraza Al Attarine, una de las escuelas coránicas más bellas de Fez. Construida en el siglo XIV por el sultán Abu Saïd Uthman II, esta madraza destaca por su impresionante decoración, con mosaicos zellij, techos de madera tallada y una atmósfera de paz que nos permitió apreciar la maestría del arte islámico en Marruecos.
Muy cerca encontramos la Plaza Seffarine, un rincón encantador donde los artesanos del cobre trabajan a la vista de los visitantes. Aquí el sonido de los martillos golpeando el metal resuena constantemente, creando una sinfonía única. Nos detuvimos a observar el proceso artesanal y compramos una pequeña tetera marroquí como recuerdo.
Desde la plaza, continuamos nuestro recorrido hasta uno de los lugares más emblemáticos de la medina: la Adobería Chouwara.
Las adoberías de Fez son famosas en todo Marruecos, y la de Chouwara es la más grande y espectacular. Desde uno de los miradores habilitados, pudimos contemplar las enormes cubetas llenas de tintes naturales, donde los curtidores trabajan el cuero con técnicas ancestrales. Los colores vibrantes de los tintes, que van desde el rojo intenso hasta el amarillo brillante, crean una imagen única.
El olor en la adobería es fuerte debido al proceso de curtiduría, pero los vendedores nos ofrecieron ramitas de menta para mitigarlo. La visita nos permitió conocer más sobre el oficio y comprar algunos productos de cuero, como bolsos y cinturones.
Tras esta fascinante experiencia, decidimos dirigirnos a uno de los edificios más imponentes de Fez: el Palacio Real.
Aunque el Palacio Real de Fez, construido en el siglo XIV, no está abierto al público, merece la pena acercarse a contemplar su magnífica fachada. Sus siete imponentes puertas de bronce, adornadas con mosaicos geométricos y detalles en oro, representan los siete días de la semana y reflejan la riqueza del arte marroquí.
Desde el palacio, nos dirigimos al último punto de nuestra ruta matutina: el Mausoleo de Moulay Idriss II.
El Mausoleo de Moulay Idriss II es uno de los lugares más venerados de Fez, ya que alberga la tumba del rey Moulay Idriss II, considerado el fundador de la ciudad. Aunque el acceso al interior está restringido a los musulmanes, nos detuvimos frente a su entrada para admirar la ornamentación de sus puertas y la calma espiritual que se respira en el entorno.
Con esta visita concluimos nuestra exploración de la medina y decidimos tomarnos un descanso antes de la cena.
Para terminar el día con una experiencia gastronómica única, fuimos a cenar al Café Clock, un restaurante muy popular situado cerca de la Madrasa Bou Inania. Aquí probamos su especialidad: la hamburguesa de camello, acompañada de dos refrescos, por solo 28 MAD. El ambiente relajado, la decoración tradicional y la música en directo hicieron de esta cena una de las más memorables del viaje.
Después de un día lleno de descubrimientos, regresamos a nuestro alojamiento, Dar Essoaoude - Fes Nejjarine, listos para descansar y seguir explorando Fez al día siguiente.
Para nuestro segundo día en Marruecos, queríamos seguir explorando la historia del país y conocer más de sus ciudades imperiales. Por ello, reservamos una excursión con Civitatis para visitar tres destinos fascinantes: Volúbilis, Mulay Idrís y Meknes. Esta ruta nos permitió viajar al pasado y conocer la influencia de diferentes civilizaciones en Marruecos, desde el Imperio Romano hasta la dinastía alauita.
A primera hora de la mañana, nos encontramos con nuestro guía en la puerta principal del Liceo Moulay Idriss en Fez. Desde allí, emprendimos el viaje hacia el oeste, atravesando paisajes de colinas y campos de olivos, hasta llegar a Volúbilis, el yacimiento arqueológico romano más importante de Marruecos.
Ubicada en una llanura fértil, Volúbilis fue una de las ciudades más prósperas del Imperio Romano en el norte de África y un punto clave en las rutas comerciales del Mediterráneo. Al llegar, nos sorprendió la amplitud del sitio y el buen estado de conservación de algunos de sus monumentos más emblemáticos.
Tuvimos tiempo libre para recorrer las ruinas y disfrutamos de una caminata entre sus columnas y templos. Lo más impresionante fue ver los mosaicos originales, que aún conservan sus colores vibrantes después de siglos. En la entrada, había opción de contratar un guía oficial en español, pero nosotros optamos por explorar a nuestro propio ritmo.
Desde el Foro hasta la Basílica, pasando por el Arco de Caracalla, cada rincón de Volúbilis nos transportó a la época en la que esta ciudad era el centro administrativo de la región. Estuvimos aproximadamente una hora y media recorriendo el lugar antes de continuar nuestro camino hacia Mulay Idrís.
A tan solo cinco kilómetros de Volúbilis, se encuentra Mulay Idrís, una pequeña pero importante ciudad que debe su relevancia a ser el lugar de descanso de Mulay Idrís I, fundador de la primera dinastía islámica de Marruecos.
Al llegar, notamos un ambiente tranquilo y espiritual. Las casas blancas se agrupan en las colinas, creando una vista espectacular. Aunque durante mucho tiempo estuvo prohibida la entrada a los no musulmanes, hoy en día se puede recorrer su medina sin problemas.
Aquí, caminamos por sus estrechas callejuelas, admirando la arquitectura tradicional y descubriendo pequeños puestos de dulces y pan recién horneado. Como la ciudad es pequeña, en menos de una hora habíamos recorrido sus puntos más importantes y tomamos algunas fotos panorámicas antes de continuar a nuestro último destino del día: Meknes.
Tras un corto trayecto en coche, llegamos a Meknes, la más modesta de las Cuatro Ciudades Imperiales de Marruecos. A diferencia de Fez o Marrakech, Meknes tiene un ritmo más relajado, pero aún conserva un aire majestuoso gracias a su historia y sus impresionantes monumentos.
Lo primero que hicimos al llegar fue buscar un lugar para comer. Nos decidimos por un restaurante con terraza desde donde se podía observar la vida cotidiana de la ciudad mientras disfrutábamos de un tajine de cordero con ciruelas y un té a la menta.
Después de la comida, nos dispusimos a explorar la ciudad, aunque sabíamos que algunos de sus puntos más famosos, como la Plaza Lahdim y la Puerta Bab El Mansour, estaban cerrados por obras de restauración. Aun así, aprovechamos para perdernos por su medina, mucho menos caótica que la de Fez, y visitar lugares como el Mausoleo de Mulay Ismaíl, el fundador de la ciudad, cuyo interior está bellamente decorado con mosaicos y estucos tallados.
Otro punto destacado fue la Madrasa Bou Inania, donde subimos hasta la azotea para disfrutar de una de las mejores vistas panorámicas de Meknes.
Después de un día repleto de historia, emprendimos el viaje de regreso a Fez, llegando a última hora de la tarde al mismo punto de partida. Fue una experiencia enriquecedora que nos permitió conocer diferentes facetas de Marruecos en una sola jornada.
Al llegar a nuestro riad, cansados pero fascinados por todo lo vivido, nos tomamos un momento para repasar nuestras fotos y recordar los mejores momentos del día antes de prepararnos para la siguiente etapa de nuestra aventura.
Nos despertamos muy temprano para tomar el autobús desde Fez a Chefchaouen, un trayecto de 200 kilómetros que nos llevó aproximadamente cuatro horas. El viaje fue largo, pero a medida que avanzábamos hacia el norte de Marruecos, el paisaje se volvía más montañoso y espectacular. Finalmente, llegamos a Chefchaouen, conocida como la ciudad azul, una de las más pintorescas y fotogénicas del país.
Situada en la región de Tánger-Tetuán, Chefchaouen fue fundada en 1471 por Mulay Ali ibn Musa ibn Rashid al-Alami para proteger la zona de los ataques portugueses y castellanos. La historia de la ciudad está marcada por la llegada de exiliados de Al-Ándalus, tanto musulmanes como judíos, lo que se refleja en la arquitectura de su medina, con sus callejuelas empedradas y casas encaladas en azul, que recuerdan a los pueblos blancos del sur de España.
Chefchaouen es un lugar especial, con una atmósfera relajada y un ritmo de vida más pausado que el de las grandes ciudades marroquíes. Es el destino ideal para perderse por sus callejuelas, disfrutar de su gastronomía y dejarse sorprender por sus rincones llenos de encanto.
Nuestra primera parada fue el arco de entrada a la medina, situado al sur de la ciudad. Este pequeño portal de piedra nos introdujo en un laberinto de calles adoquinadas, donde el blanco y el azul predominaban en cada fachada. A diferencia de otras medinas de Marruecos, la de Chefchaouen es tranquila y menos caótica, lo que hizo que nuestro paseo inicial fuera muy agradable.
Desde aquí, nos dirigimos al centro neurálgico de la ciudad, recorriendo sus estrechas calles llenas de vida.
Paseamos por el zoco de la medina, un pequeño pero encantador mercado donde encontramos tiendas de souvenirs, ropa tradicional, especias y artesanía local. Nos llamó la atención la cantidad de productos textiles, especialmente las alfombras y mantas tejidas a mano, que reflejan la tradición artesanal bereber. Aprovechamos para comprar un pañuelo de lana, que más tarde nos protegió del fresco de la montaña.
Siguiendo el recorrido del zoco, llegamos hasta la Plaza Uta el-Hamman, el corazón de Chefchaouen.
La Plaza Uta el-Hamman es el centro de la vida en Chefchaouen. Aquí se concentran cafeterías, restaurantes y pequeñas tiendas, además de algunos de los monumentos más importantes de la ciudad. Nos sentamos un momento a tomar un té a la menta mientras observábamos la actividad de la plaza, con locales y turistas disfrutando del ambiente relajado.
En uno de los extremos de la plaza se encuentra la Kasbah de Chefchaouen, una antigua fortaleza construida en el siglo XV que ha sido restaurada y hoy alberga un pequeño museo etnográfico. Pagamos la entrada y subimos a sus torres para disfrutar de unas vistas impresionantes de la ciudad y las montañas del Rif.
Desde la plaza, caminamos hasta la Gran Mezquita de Chefchaouen, un edificio del siglo XV con una característica poco común: su minarete octogonal. Esta particularidad arquitectónica hace que sea un edificio único dentro de Marruecos. Aunque solo los musulmanes pueden acceder a su interior, nos detuvimos a admirar su exterior y a disfrutar del bullicio de la plaza llena de cafeterías y turistas.
Para terminar nuestro recorrido, subimos hacia la parte norte de la medina hasta llegar a la cascada y los lavaderos tradicionales, donde las mujeres locales aún lavan ropa a la manera tradicional. Este lugar es muy frecuentado por los habitantes de la ciudad, especialmente en los días festivos, cuando se llena de marroquíes que buscan refrescarse en los pequeños estanques naturales que se forman en la garganta del río.
El entorno es precioso, con un paisaje verde y montañoso que contrasta con el azul intenso de la ciudad. Nos tomamos un tiempo para disfrutar de la tranquilidad del lugar antes de dirigirnos a nuestro alojamiento.
Para nuestra estancia en Chefchaouen, nos alojamos en Dar Dadicilef, una casa tradicional ubicada en la medina. Con una decoración sencilla pero acogedora, este pequeño riad nos ofreció una experiencia auténtica y tranquila. La habitación nos costó 40 € por noche, una excelente opción para un alojamiento con encanto y a buen precio. La terraza del riad tenía unas vistas preciosas sobre la ciudad, lo que lo convirtió en el lugar perfecto para relajarnos después de un día de exploración.
Para la comida, elegimos el Restaurant Assaada, un local sencillo pero con comida tradicional marroquí deliciosa. Probamos su menú del día, que incluía tajine de pollo con verduras y pan casero, por solo 40 Dhs (4 €).
Para la cena, decidimos darnos un pequeño capricho y reservamos en la Auberge Dardara, situada a 10 minutos en taxi de Chefchaouen. Este restaurante es famoso por su cocina marroquí de alta calidad, sin pretensiones pero deliciosa. Pedimos el conill amb codony, un plato típico que combinaba la suavidad de la carne con el dulzor del membrillo, y fue sin duda una de las mejores comidas del viaje.
Otra opción que consideramos fue La Llum Mágica, un restaurante con vistas panorámicas sobre la Plaza Uta el-Hamman, pero lo dejamos para una futura visita.
Nos levantamos bien temprano en Chefchaouen para tomar el autobús hacia Rabat, la actual capital de Marruecos y una de las cuatro ciudades imperiales. El trayecto duró alrededor de 4 horas y 15 minutos y nos costó entre 100 y 200 MAD por persona. A medida que nos acercábamos a la costa atlántica, el paisaje cambiaba y nos encontramos con una ciudad donde la historia y la modernidad se entrelazan a la perfección.
Rabat es una ciudad con una gran relevancia histórica. Su nombre proviene de la palabra "Ribat", que significa fortaleza, y su historia está marcada por su papel como bastión inexpugnable contra los españoles en el siglo XII y como refugio de los musulmanes expulsados de España en el siglo XVII. Hoy en día, es el centro político y administrativo del país, con una infraestructura moderna, amplias avenidas y barrios con influencia colonial francesa, pero sin perder su esencia marroquí.
Al llegar, nos dirigimos a nuestro alojamiento, el Riad El Bir, ubicado en el corazón de la medina de Rabat. Este riad tradicional, con su arquitectura auténtica y su ambiente acogedor, nos ofreció una estancia cómoda y tranquila. Dormimos allí dos noches, con un precio de 67 € por noche, disfrutando de su patio interior decorado con azulejos tradicionales y de la hospitalidad de sus anfitriones.
Durante nuestra estancia en Rabat, visitamos algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Uno de los rincones más fascinantes fue la Kasbah des Oudaias, un barrio fortificado con calles adoquinadas y casas pintadas en blanco y azul. Este antiguo enclave ofrece unas vistas espectaculares del océano Atlántico desde su mirador, un lugar perfecto para contemplar la puesta de sol. Dentro de la kasbah, exploramos un museo arqueológico y otro de arte tradicional, que nos ayudaron a comprender mejor la historia y cultura de la región.
Otro de los monumentos más impresionantes fue la Torre Hassan, un majestuoso minarete construido en el siglo XII por el sultán Yacub Al-Mansur, quien pretendía levantar la mezquita más grande del mundo islámico. Sin embargo, su muerte dejó la obra inacabada y la torre se quedó en 44 metros en lugar de los 86 metros proyectados. A pesar de estar incompleta, sigue siendo un lugar impactante, rodeado de las columnas de lo que habría sido el gran templo.
A pocos metros de la torre, visitamos el Mausoleo de Mohammed V, una joya de la arquitectura marroquí. Este edificio de mármol blanco con una cúpula de tejas verdes alberga los restos de Mohammed V y de su hijo Hassan II, abuelo y padre del actual rey Mohammed VI. Su interior, decorado con mosaicos geométricos y detalles dorados, refleja la riqueza cultural del país y la solemnidad del lugar.
También exploramos la medina de Rabat, que a diferencia de otras ciudades como Fez o Marrakech, es más tranquila y ordenada. Sus zocos ofrecen una experiencia más relajada, permitiendo pasear sin el ajetreo de las grandes medinas. Descubrimos la Judería, un barrio con casas de balcones de madera y detalles andalusíes, y nos detuvimos en pequeñas tiendas de alfombras, cerámica y especias.
También visitamos Chellah, una antigua ciudad amurallada que alberga las ruinas de la antigua Sala Colonia, un asentamiento romano, así como vestigios de la posterior necrópolis meriní. Al recorrer sus caminos entre columnas caídas y jardines cubiertos de vegetación, nos sorprendió el contraste entre las estructuras romanas y las inscripciones árabes que evidencian las distintas civilizaciones que pasaron por aquí. Además, el ambiente tranquilo, acompañado por las cigüeñas que anidan en lo alto de las ruinas, hizo de esta visita una de las más especiales del viaje.
Para la cena, encontramos un restaurante muy popular por su relación calidad-precio: el Restaurant de la Liberation, situado en 256 Boulevard Mohamed V. Aquí probamos un couscous tradicional por tan solo 3,6 €, una de las comidas más económicas y deliciosas del viaje. El ambiente era animado, lleno de locales disfrutando de una comida casera y auténtica.
Después de dos días explorando Rabat, llegó el momento de despedirnos de Marruecos. En nuestra última noche en el Riad El Bir, nos relajamos en su terraza, recordando todos los momentos vividos durante el viaje. A la mañana siguiente, nos levantamos temprano y nos dirigimos al aeropuerto, donde tomamos nuestro vuelo de regreso a Barcelona.
Rabat nos dejó una impresión diferente a otras ciudades imperiales: ordenada, cosmopolita y con un ritmo más pausado, pero con una riqueza histórica innegable. Fue el cierre perfecto para nuestra aventura en Marruecos, un país que nos fascinó con su cultura, su hospitalidad y su belleza atemporal.
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